LA HUELLA DE DIOS



Todo lo creado tiene misticismo. Nuestra tarea como humanidad es hallar ese éxtasis. Tenemos que aprender a nutrir nuestra existencia; en valorar lo que observamos a nuestro alrededor: una puesta de sol, una montaña nevada, la sonrisa de un niño, el vuelo del águila, pero también aprendamos de los momentos difíciles de nuestra existencia, de las tragedias familiares. Tenemos que prestar atención  ante el deseo de ver el misticismo de las cosas cuando suceda algo mágico (emerge una sensación de paz). Tenemos que observar no lo cotidiano, lo metódico, lo trivial, lo anacrónico, lo inútil, sino aquellos aspectos que nutren al espíritu. Lo que tenga la huella de Dios.
Nacimos con un propósito aparte del deseo carnal de nuestros padres, debemos empezar a tratar mejor a aquellas personas que también nacieron con un propósito. A hacernos la vida más fácil, menos complicada, menos mezquina. Una vida en la que empecemos a sonreír, primero entre nosotros mismos, para empezar a hacerlo en lo demás.

Tenemos que aprender que somos afortunados por tener lo que tenemos, esa es la huella de Dios en nosotros.

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